¿Las
drogas de quién son enemigas?
La
legalización de la producción, comercialización y venta de la marihuana en
Uruguay para usos recreativos ha abierto en el país un nuevo flanco de
reflexión exhibiendo a la luz pública la polarización de las opiniones en torno
al tema.
Esta
medida, afirman sus defensores, ha puesto coherencia en una situación un tanto
absurda, ya que en el Uruguay, el consumo de cualquier substancia
psicotrópica no estaba penalizado y nunca lo estuvo.
Quienes
oportunamente entendieron que el estado tenía la obligación de legislar y
limitar los derechos de los ciudadanos adultos a hacer de su vida lo que les
viniera en gana, no se atrevieron a tanto.
Por
otro lado, los detractores de la medida, afirman que la legalización de
toda la cadena acarreará como consecuencia, un incremento en el consumo, pondrá
al alcance de los pulmones de quienes jamás la han probado, la posibilidad de
entrar en el sórdido mundo de la adicción y en definitiva significará un paso
atrás en el combate al narcotráfico. Incluso postulan que el propio estado se
convertirá en el nacotraficante principal.
Pero
si miramos el consumo de substancias psicoactivas, estimulantes,
tranquilizantes o estupefacientes alejándonos unos pasos intentando
hacerlo con objetividad, es casi imposible de entender su prohibición y los
prejuicios contra ellas, como no sea en el marco de una mitología moral de
naturaleza fuertemente dogmática.
El
uso de cualquier substancia del tipo previamente enumerado es en cualquier caso
para la ley uruguaya un derecho reconocido y por eso no está penalizado.
Está
comprendida en el marco de las libertades inalienables del individuo. Todo
aquello que me afecte a mi y nada más que a mi, sin daños a terceras personas,
no debería ser materia de legislación alguna porque pone límites en ese caso, a
mis derechos individuales y a la libertad que tengo de hacer conmigo lo que se
me de la gana en tanto como adulto no necesito tutorías ni del estado ni de institución
alguna.
Esto
parece ser difícil de comprender para muchos ciudadanos que entienden que la renuncia
a espacios de libertad está de alguna manera justificada por razones morales,
sanitarias o religiosas. El rol a cumplir por los estados, debería limitarse al
control de conductas indebidas o equívocas, háyase o no consumido sustancia
alguna.
Y
si penetramos en el espacio argumental de los motivos, morales o sanitarios,
vemos que las razones para este ataque a la libertad individual, se enmarcan en
un campo de naturaleza cuasi mítica. Y de una épica incoherencia ya que la
distinción entre sustancias prohibidas y permitidas no se basa en otra cosa que
en una mitología montada sobre el tema.
Vivimos
inmersos en una atmósfera social donde la presión de los medios y la difusión
continua de propaganda en uno u otro sentido, así como la permanente exposición
a opiniones autorizadas que coinciden en forma casi sistemática con aquello de
lo que nos quieren convencer instituciones próximas al poder, terminan
haciéndonos perder por completo la objetividad.
La
institucionalidad suele ser conservadora. Esto no es obligatorio ni mucho menos, pero en los
hechos es lo que acontece generalmente.
Ese
conservadurismo se refleja en todos los ámbitos de la sociedad, en la
educación, en la economía, en la cultura.
Hay que cambiar algo para que todo siga igual, el lema del gatopardismo se aplica a
prácticamente todas las instituciones que conocemos, incluso a las más
revolucionarias. Es así que cuando en adelante nos refiramos al poder, lo
estaremos haciendo sin personalizar en el gobierno, los medios, o el sistema
político sino abarcándolos a todos ellos
en general y a ninguno en particular y su conservadurismo no va de la
mano de una política metódica destinada a oprimir las libertades individuales,
sino más bien de una resistencia fuerte a revisar las premisas básicas sobre
las que se apoyan. Nos referiremos al poder como el instrumento que poseen
determinadas personas o instituciones para influir sobre los actos o el
pensamiento de los demás.
Hasta
entrado ya el siglo XX, el consumo, venta, producción e importación de sustancias
que hoy conocemos como drogas, era perfectamente legal y en algunos casos,
socialmente admisibles en el Uruguay.
La
cocaína fue objeto de letras de tango y hay referencias a su consumo (de la
marca alemana “Merk”, de ahí el mote popular de “Merka”) en las Crónicas
de El Bajo, escritas por Julio Cesar Puppo quien incluso recoge un fragmento de
un tango de la primera década del siglo: “no me drogues con cantárida porque me
vas a matar, drógame con cocaína, que no me hace tanto mal”.
Roberto
de las Carreras en sus aposentos del Hotel Pyramides, recibía a la prensa
consumiendo opio. La heroína no estaba lejos de la producción literaria
de Julio Herrera y Reisig que lo admitía públicamente. Era elegante y además
permitía a estos artistas, ponerse en contacto con regiones de su interior que
se sentían como un espacio de libertad dentro del modelo decimonónico,
victoriano y pacato que imperaba en la sociedad.
El
consumo de drogas no impidió que el primero de los nombrados alcanzara su
novena década de vida, aunque el segundo falleció mucho más joven y vale
aclarar, por problemas de salud ajenos al consumo.
Alguno
podrá alegar que mis ejemplos refieren a “poetas malditos” que imitaban un
modelo extranjero y cultivaban una imagen de dandismo y negación del
sistema. Y estarán en lo cierto. La negación del sistema, la guerra
contra el individualismo, el placer entendido como una perversión, y no
la salud del ciudadano es lo que se esconde tras toda prohibición de actividades
que en el fondo sólo pueden ser perjudiciales para quien las realiza.
La
prohibición del consumo de drogas es una muestra paradigmática de la influencia
de la religión en la vida del ciudadano.
¿Por
qué? Porque se afirma en uno de los principios esenciales que toda religión
utiliza: la fe, creer sin pruebas, aceptar la negación de un derecho en función
no de evidencias sino de una concepción moral que no se sustenta en otra cosa
que en la manifiesta intención de la religión de hacerse con el control de la
vida privada de las personas, convicción de la que nuestro estado liberal no se
ha deshecho aún incluso en nuestros días, y que en cierta medida ha empeorado,
no por razones morales sino por razones sanitarias tras las que se esconde, la pretensión
de ahorrar gastos.
Cuando
el poder a través de leyes, mandamientos o consumo cultural te prohíbe
masturbarte, tener relaciones homosexuales, tener relaciones prematrimoniales o
extramatrimoniales, fumarte un porro, snifar cocaína o suicidarte, está
tratando de hacer varias cosas: aumentar tu productividad, la primera. Evitarse
gastos sanitarios, la segunda, controlar tu cuerpo, la tercera y controlar tu
mente la cuarta, … y la más importante de todas, la básica, la
fundamental: IMPEDIRTE EL PLACER.
¿Por
qué te quieren impedir el acceso al placer?
Porque
el placer es para el próximo mundo, no para este. La religión enseñó eso y la
moral corriente lo adaptó. El placer es algo para el futuro, pera cuando te
jubiles, para las vacaciones, para después de que te mueras. Entre el fin de tu
jornada laboral de hoy y el comienzo de la de mañana, sólo se consiente un poco
de diversión, la televisión por ejemplo. Recién en estas últimas décadas
se comenzó a permitir el placer sexual en el seno de tu pareja, pero aún ese
placer encuentra resistencia en la religión. La diversión es tolerable,
el placer es una materia evitable en la medida de lo posible.
Toda
la ideología que subyace detrás de las religiones abrahámicas, se basa en que
un tipo que goza es un tipo que descuida sus deberes para con la divinidad. Un
tipo que goza no trabaja debidamente por una recompensa en el más allá, sino
que se toma su tiempo para darse a si mismo recompensas en el “más acá”.
Si
yo me agarro terrible borrachera el sábado de noche, posiblemente el domingo vaya
a la iglesia con resaca. O me duela tanto la cabeza que me tome dos Perifar y
me acueste otra vez.
La
sociedad civil y laica, ha tomado esos elementos y los ha transfundido de la
obligación religiosa a otras obligaciones de carácter más burgués o más
revolucionario, según dónde vivas, pero
sin cuestionar el fondo represivo y colectivista del asunto.
Cuando
me río, eyaculo, tengo un orgasmo, deliro o canto canciones profanas de subido
tono, me alejo de Dios. Me olvido de Dios porque estoy completamente absorto en
otra cosa, otra cosa que me da placer aquí y ahora. O me olvido del
expediente, de la pieza que tengo que tornear mañana o de la forma adecuada de
convencer a ese cliente reacio o de leer a Marx o de cualquier otra cosa seria
que tuviera que hacer.
El
placer NO NOS PERMITE PENSAR EN OTRA COSA, el placer es monotarea
(Probá masturbarte mientras pensás en el expediente de García y me
contás). En tanto la diversión, es una correa corta que no nos permite
alejarnos más que el mínimo suficiente de lo cotidiano. Para eso se inventaron
las tandas, me supongo. En la tanda te hacen acordar de todo lo que no podés
comprarte a menos que trabajes como un animal y te empeñes hasta los genitales
con el banco. El placer no tiene tandas. Dura desde que empieza hasta que
termina. El placer es individual, no social. Y los conservadores lo saben.
Desde
la niñez nos vienen enseñando que el placer es mala cosa. No nos explican
directamente porqué. Simplemente, te crean en la mente las asociaciones
de ideas necesarias para hacer que el placer esté siempre vinculado a la culpa.
La escuela, la iglesia, el técnico del baby fútbol, la profesora de
órgano, el programa infantil de TV, Dora la Exploradora y el Dinosaurio
Barnie que vive en nuestra mente, todos envían el mensaje contra el placer y la
individualidad.
¡No
te toques ahí! Impone mamá.
Vincular
el placer a la culpa es una excelente herramienta de dominación. Por eso
los 10 Mandamientos contienen tantas ordenanzas de carácter íntimo.
Cuando
te dicen “No fornicarás”, “No cometerás actos impuros” (en referencia a actos
íntimos vinculados al placer, sea un orgasmo obtenido en solitario o en
compañía de otro u otra), “No cometerás adulterio”, “No codiciarás la
mujer de tu prójimo”, etc, lo que la religión pretende es no solo controlar tus
actos privados sino además, pretende que sientas culpa por hacer cosas que
nadie sano puede evitar hacer.
Esa
culpa te acerca a tu sacerdote, rabino, imán, pastor o autoridad religiosa. Él
te dará su castigo o su perdón por algo que ibas a hacer de todos modos.
Crea lazos con él, te pone en sus manos y retro alimenta el círculo de
control en el que la religión te tiene atrapado.
La
religión no acepta el placer profano sin culpa y la moral corriente que nos
rodea, aún está estrechamente vinculada a ella.
La
moral corriente no ha revisado muchas de las cosas que hoy se aceptan y que
derivan en forma directa de la moral religiosa. Las restricciones a la
pornografía para los adultos son una demostración de esta afirmación.
Y
por eso trata de prohibir aquello que te produce placer, porque al
prohibirlo, genera la culpa necesaria para que sigas siendo esclavo. Fumándote
un porro no necesitás consumir electrónica. En el ascendiente camino de
la pasión, no pensás en cambiar el auto. Sos libre incluso del banco.
Todos
los argumentos que defienden la prohibición de las drogas se desvanecen a la
luz de la razón.
¿Qué
la droga es dañina para la salud? Si, es cierto, pero mi salud es MI
PROBLEMA. El estado no tiene porqué velar por mi salud si a mi no se me
antoja porque enfermarme es la consecuencia de mi libertad de hacerlo. El
estado debe informarme debidamente de los riesgos y evitar que me exponga a
peligros involuntariamente. Pero no es mi nodriza ni mi niñera.
Un
auto también es dañino para mi salud si choco y para la salud de terceros
incluso, si en el choque están implicados otros actores que nada tenían que ver
con mi imprudencia.
Pero
el auto no es un instrumento para el placer, su principal objeto no es darlo
sino llevarnos a alguna parte. Sólo los instrumentos de placer puro y
duro deben ser penalizados.
Si
como individuos autorizamos al estado a que penalice conductas propias
que potencialmente dañan nuestra salud (que repito, es un tema del
individuo y éste tiene la libertad de manejarlo como se le cante), entonces
nada impedirá que el estado mañana decida también elegirte la dieta, qué comer
y que no y en qué cantidades. Si mañana te prohíben comer grasas animales, o
frituras, o comidas rápidas, estarían cuidando tu salud en la misma medida en
la que la cuidan prohibiéndote drogarte, o tal vez en una media aún mayor, pero
seguramente sentirías que están arrancándote la libertad de comer lo que se te
antoje.
Y
cuidado que no son pocos los que tienen ganas de intentarlo. Comer es un placer
también y por eso está incluido en los siete pecados capitales.
Con
la droga sucedió lo mismo sólo que mucho antes, aunque una vez más el hecho de
que la droga sea un instrumento de placer sin prácticamente ningún otro
objetivo, la hace más vulnerable al control de la moralina.
¿Qué
la droga genera adicción? Sí, es cierto, hay un montón de substancias que
generan adicción y que no son consideradas drogas porque tienen un objetivo
diferente al mero placer, o porque no son visiblemente psicoactivas, o porque
no generan placer de carácter íntimo sino que son un vehículo de diversión. El
cacao genera adicción, el tabaco genera adicción, la cafeína genera adicción, el
alcohol genera adicción, las grasas trans generan adicción. La adicción puede
ser generada por cualquier sustancia que produzca estímulos en los centros
nerviosos vinculados.. ¡Qué casualidad! al placer. Hay adictos al juego,
adictos a la adrenalina que arriesgan su vida por dos segundos de emoción o se
exponen a una larga agonía tratando de escalar montañas o descender a simas
oceánicas, que exploran cuevas en lo profundo del mar, saltan en paracaídas
desde una montaña, escalan rascacielos o cruzan entre dos de ellos a través de
una cuerda, sin una red debajo que los proteja.
Si
se tratara de cuidarnos la salud o protegernos de la adicción, todas las
anteriores actividades, conductas y sustancias estarían prohibidas.
El
boxeo, el full contact, el boxeo tailandés, el toreo, las carreras de autos, el
ciclismo, el alpinismo, el buceo, el aladelta, el paracaidismo, el toreo, la
jineteada, el rodeo, el motrocross, el trapecismo y el parapente son
algunos elementos de una larga lista de actividades deportivas que pueden
conducirnos a la discapacidad y a la muerte. Y sin embargo los estados suelen
no meterse con ninguna de ellas. ¿Algún estado prohíbe el boxeo
profesional? Y sin embargo este deporte deja secuelas físicas y
neurológicas en casi todos sus practicantes. Incluso con mayor certeza
estadística que el consumo de buena parte de las drogas prohibidas. ¿Qué hace
que estos deportes no sean prohibidos por los estados cuando potencialmente son
incapacitantes o mortales y esa misma actitud prescindente no se aplique al
consumo de sustancias?
La
respuesta parece idiota: la moral corriente acepta que el deporte es
bueno. Su objetivo principal no parece ser el placer sino la conservación
de un organismo saludable aunque en cada piña que te meten en la jeta, se te
desacomoden unos cuantos millones de neuronas, aparte de una o dos retinas,
algún hueso y de vez en cuando, un diente.
Y
ahí está el segundo secreto. Tu mente, tu estado de ánimo, tus sensaciones y tu
felicidad o desgracia, son un ámbito donde el poder quiere tener control.
Porque el placer en definitiva es un problema netamente mental.
No
les importa demasiado si es adictivo o dañino lo que consumas, eso es
secundario. Lo importante es que no puedas ser feliz en forma
descontrolada. Los tipos de felicidad aceptables son aquellos que no tienen
carácter íntimo. La felicidad aceptable es la felicidad pública. La de “contá
el chiste en voz alta para que nos riamos todos”. Ser feliz en el ámbito
de tu propia mente y de tu más estricta intimidad es socialmente condenado por
la asociación generada entre placer y culpa. ¿Hablar solo? ¿Reír solo
(aunque te estés riendo de lo que estás leyendo, por ejemplo) generan en los
demás, una sensación de ajenidad que resulta en condena. ¿Nunca te pasó reírte
de un libro y que alguien te diga “te reís solo como los locos”?
Ese
estereotipo se basa en la premisa de que el placer si no es sociable, es
insano. Insano significa loco pero también etimológicamente es “poco
saludable” ¿Ves?
Los
hospitales psiquiátricos están llenos de gente que se ríe sola, que habla sola,
que goza sola, cuyos neurotrasmisores disfuncionales los ponen en sintonía
consigo mismos y disociados del mundo exterior.
No
quiero abrir un juicio clínico sobre ello porque no estoy capacitado, pero
señalo como anécdotas al margen, dos cosas: hace ochenta o cien años, había en
esos mismos centros, personas internadas por razones que hoy nos parecen
irracionales, como masturbarse demasiado (¿a criterio de quien?). Y que muchas
de esas personas en sintonía consigo mismos, que hoy puede que estén hospitalizados,
no hace tantos siglos atrás fueron reos de procesos inquisitoriales o
religiosos y muchos de ellos acabaron encarcelados, mutilados o
asesinados. El goce interior fue perseguido desde la edad media y sólo
era aceptable, y no siempre, si tenía características místicas o si podía
expresarse en objetos de cierto valor tanto estético como comercial, como por
ejemplo, en una pintura genial o una escultura majestuosa. La persecución
sistemática de la felicidad íntima fue legal en buena parte de occidente hasta
mediados del siglo XX y aún hoy, existen legislaciones que la persiguen en
prácticamente todos los continentes.
Un
tipo con cara de feliz caminando por la calle o abstraído en el ómnibus se
expone a que alguno codeé a otro y le diga “mirá la cara de idiota que tiene
aquel”.
La
sociedad fue educada para desconfiar del placer en solitario. Y la droga brinda
esencialmente placer en solitario. Como la masturbación. Por eso la
pornografía es otra actividad perseguida y condenable. Por supuesto, sin
pruebas ni evidencias que justifiquen esa persecución.
Las
drogas pueden ser peligrosas y su consumo debería ser un consumo
informado. Conducir un automóvil seguro es peligroso también y por eso se
requiere de formación e información previa para ser habilitado para ello.
Sin embargo a nadie se le ocurre prohibir el automóvil.
Fumar
es adictivo y dañino, pero no produce un efecto psicoactivo visible y su
abstinencia puede tener consecuencias más complicadas que la tolerancia. Por
eso se tolera.
El
alcohol es adictivo, dañino y peligroso para terceros, también psicoactivo.
Pero es tolerado por su carácter colectivo. Un grupo de personas algo ebrias
constituyen a los ojos de terceros, un colectivo que expresa
expansivamente sus sentimientos de alegría o desdicha. Por eso se
consiente en tanto que lo condenable es beber solo. De hecho, el beber
solo es uno de los indicadores que se toman para evaluar si la relación de una
persona con el alcohol ha pasado a ser de carácter adictivo. El alcohol es
considerado y todos hemos escuchado o leído referencias en este sentido, una
“droga social”. Es la palabra “social” la clave de la tolerancia. Lo social es
conceptualmente contrario a “solitario”.
Resumiendo
que es gerundio
Las
drogas ilegales lo son en base a un criterio social y moral, no a un criterio
médico. Si fuera por un criterio médico, se prohibiría toda sustancia peligrosa
o dañina.
Nuestra
sociedad está educada para ver el placer como algo nocivo y poco deseable.
Cuanto
más relacionado a la mente esté el placer, mas nocivo será considerado.
Cuanto
más solitario e individualista sea el placer, más perseguido será.
Las
sustancias prohibidas en general reúnen esas tres características: operar sobre
la mente, ser placenteras y ser individualistas.
Aunque
las drogas sean adictivas, peligrosas o poco saludables, cada adulto es
dueño absoluto de su cuerpo y de su mente y que el estado, un colectivo u otro
individuo quiera sin consentimiento incidir en lo que cada un pueda hacer con
su propio cuerpo, es inadmisible para las libertades individuales y debería
provocarnos una reacción furiosa.
No
la provoca porque nos han anestesiado con propaganda y culpa.
Nos
han convencido de que en algunos aspectos, seguiremos siendo niños para siempre
y alguien se tiene que ocupar de que no nos hagamos nana.
El
sexo, tras algún traspié ocurrido tras la aparición del SIDA, ha logrado
liberarse más o menos de la condena social, (más o menos, porque aún hay
fuertes características sociales de condena a diferentes formas de actividad
sexual) y ese proceso de liberación que comenzaría cuando la mujer fue
necesaria como mano de obra sustituta ante la carencia de hombres durante la
guerra, lleva ya setenta años de proceso continuo. Aún así
actividades inocuas como la pornografía, siguen siendo objeto de persecución
prácticamente en el mundo entero. Otro tanto ocurre con la prostitución,
la homosexualidad y las diferentes “filias” que a pesar de practicarse ya sea
en solitario, o de común acuerdo entre adultos, siguen siendo objeto de condena
social y en algunos lugares, legal.
Es
de esperar que en cincuenta años más la persecución al sexo o a cualquier
otra actividad consentida entre adultos o en solitario que no provoque daños a
terceros, sea aceptable socialmente y objeto sólo del análisis de quien o
quienes en ella incurran, sin que ningún estado u organización tenga derecho a
interferir.
Germán Queirolo.
Twittear
No hay comentarios :
Publicar un comentario
los comentarios no serán moderados, pero aquellos que se consideren inapropiados serán eliminados sin explicación alguna.