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sábado, 21 de diciembre de 2013

Las drogas, la libertad individual y la persecución del placer

¿Las drogas de quién son enemigas?

La legalización de la producción, comercialización y venta de la marihuana en Uruguay para usos recreativos ha abierto en el país un nuevo flanco de reflexión exhibiendo a la luz pública la polarización de las opiniones en torno al tema.

Esta medida, afirman sus defensores, ha puesto coherencia en una situación un tanto absurda, ya que en el Uruguay,  el consumo de cualquier substancia psicotrópica no estaba penalizado y nunca lo estuvo.

Quienes oportunamente entendieron que el estado tenía la obligación de legislar y limitar los derechos de los ciudadanos adultos a hacer de su vida lo que les viniera en gana, no se atrevieron a tanto.


Por otro lado,  los detractores de la medida, afirman que la legalización de toda la cadena acarreará como consecuencia, un incremento en el consumo, pondrá al alcance de los pulmones de quienes jamás la han probado, la posibilidad de entrar en el sórdido mundo de la adicción y en definitiva significará un paso atrás en el combate al narcotráfico. Incluso postulan que el propio estado se convertirá en el nacotraficante principal.

Pero si miramos el consumo de substancias psicoactivas, estimulantes, tranquilizantes o estupefacientes alejándonos unos pasos  intentando hacerlo con objetividad, es casi imposible de entender su prohibición y los prejuicios contra ellas, como no sea en el marco de una mitología moral de naturaleza fuertemente dogmática.

El uso de cualquier substancia del tipo previamente enumerado es en cualquier caso para la ley uruguaya un derecho reconocido y por eso no está penalizado.

Está comprendida en el marco de las libertades inalienables del individuo. Todo aquello que me afecte a mi y nada más que a mi, sin daños a terceras personas, no debería ser materia de legislación alguna porque pone límites en ese caso, a mis derechos individuales y a la libertad que tengo de hacer conmigo lo que se me de la gana en tanto como adulto no necesito tutorías ni del estado ni de institución alguna.

Esto parece ser difícil de comprender para muchos ciudadanos que entienden que la renuncia a espacios de libertad está de alguna manera justificada por razones morales, sanitarias o religiosas. El rol a cumplir por los estados, debería limitarse al control de conductas indebidas o equívocas, háyase o no consumido sustancia alguna.

Y si penetramos en el espacio argumental de los motivos, morales o sanitarios, vemos que las razones para este ataque a la libertad individual, se enmarcan en un campo de naturaleza cuasi mítica. Y de una épica incoherencia ya que la distinción entre sustancias prohibidas y permitidas no se basa en otra cosa que en una mitología montada sobre el tema.

Vivimos inmersos en una atmósfera social donde la presión de los medios y la difusión continua de propaganda en uno u otro sentido, así como la permanente exposición a opiniones autorizadas que coinciden en forma casi sistemática con aquello de lo que nos quieren convencer instituciones próximas al poder, terminan haciéndonos perder por completo la objetividad.

La institucionalidad suele ser conservadora. Esto no  es obligatorio ni mucho menos, pero en los hechos es lo que acontece generalmente.
Ese conservadurismo se refleja en todos los ámbitos de la sociedad, en la educación, en la economía, en la cultura.  Hay que cambiar algo para que todo siga igual, el  lema del gatopardismo se aplica a prácticamente todas las instituciones que conocemos, incluso a las más revolucionarias. Es así que cuando en adelante nos refiramos al poder, lo estaremos haciendo sin personalizar en el gobierno, los medios, o el sistema político sino abarcándolos a todos ellos  en general y a ninguno en particular y su conservadurismo no va de la mano de una política metódica destinada a oprimir las libertades individuales, sino más bien de una resistencia fuerte a revisar las premisas básicas sobre las que se apoyan. Nos referiremos al poder como el instrumento que poseen determinadas personas o instituciones para influir sobre los actos o el pensamiento de los demás.

Hasta entrado ya el siglo XX, el consumo, venta, producción e importación de sustancias que hoy conocemos como drogas, era perfectamente legal y en algunos casos, socialmente admisibles en el Uruguay.  

La cocaína fue objeto de letras de tango y hay referencias a su consumo (de la marca alemana  “Merk”, de ahí el mote popular de “Merka”) en las Crónicas de El Bajo, escritas por Julio Cesar Puppo quien incluso recoge un fragmento de un tango de la primera década del siglo: “no me drogues con cantárida porque me vas a matar, drógame con cocaína, que no me hace tanto mal”.

Roberto de las Carreras en sus aposentos del Hotel Pyramides, recibía a la prensa consumiendo opio.  La heroína no estaba lejos de la producción literaria de Julio Herrera y Reisig que lo admitía públicamente. Era elegante y además permitía a estos artistas, ponerse en contacto con regiones de su interior que se sentían como un espacio de libertad dentro del modelo decimonónico, victoriano y pacato que imperaba en la sociedad.

El consumo de drogas no impidió que el primero de los nombrados alcanzara su novena década de vida, aunque el segundo falleció mucho más joven y vale aclarar, por problemas  de salud ajenos al consumo.

Alguno podrá alegar que mis ejemplos refieren a “poetas malditos” que imitaban un modelo extranjero y cultivaban una imagen de dandismo y negación del sistema.  Y estarán en lo cierto. La negación del sistema, la guerra contra el individualismo, el placer entendido como una perversión,  y no la salud del ciudadano es lo que se esconde tras toda prohibición de actividades que en el fondo sólo pueden ser perjudiciales para quien las realiza.

La prohibición del consumo de drogas es una muestra paradigmática de la influencia de la religión en la vida del ciudadano.

¿Por qué? Porque se afirma en uno de los principios esenciales que toda religión utiliza: la fe, creer sin pruebas, aceptar la negación de un derecho en función no de evidencias sino de una concepción moral que no se sustenta en otra cosa que en la manifiesta intención de la religión de hacerse con el control de la vida privada de las personas, convicción de la que nuestro estado liberal no se ha deshecho aún incluso en nuestros días, y que en cierta medida ha empeorado, no por razones morales sino por razones sanitarias tras las que se esconde, la pretensión de ahorrar gastos.

Cuando el poder a través de leyes, mandamientos o consumo cultural te prohíbe masturbarte, tener relaciones homosexuales, tener relaciones prematrimoniales o extramatrimoniales, fumarte un porro, snifar cocaína o suicidarte,  está tratando de hacer varias cosas: aumentar tu productividad, la primera. Evitarse gastos sanitarios, la segunda, controlar tu cuerpo, la tercera y controlar tu mente la cuarta, … y la más importante de todas, la básica, la fundamental:  IMPEDIRTE EL PLACER.

¿Por qué te quieren impedir el acceso al placer?

Porque el placer es para el próximo mundo, no para este. La religión enseñó eso y la moral corriente lo adaptó. El placer es algo para el futuro, pera cuando te jubiles, para las vacaciones, para después de que te mueras. Entre el fin de tu jornada laboral de hoy y el comienzo de la de mañana, sólo se consiente un poco de diversión, la televisión por ejemplo.  Recién en estas últimas décadas se comenzó a permitir el placer sexual en el seno de tu pareja, pero aún ese placer encuentra resistencia en la religión.  La diversión es tolerable, el placer es una materia evitable en la medida de lo posible.

Toda la ideología que subyace detrás de las religiones abrahámicas, se basa en que un tipo que goza es un tipo que descuida sus deberes para con la divinidad. Un tipo que goza no trabaja debidamente por una recompensa en el más allá, sino que se toma su tiempo para darse a si mismo recompensas en el “más acá”.

Si yo me agarro terrible borrachera el sábado de noche, posiblemente el domingo vaya a la iglesia con resaca. O me duela tanto la cabeza que me tome dos Perifar y me acueste otra vez.

La sociedad civil y laica, ha tomado esos elementos y los ha transfundido de la obligación religiosa a otras obligaciones de carácter más burgués o más revolucionario, según dónde vivas,  pero sin cuestionar el fondo represivo y colectivista del asunto.

Cuando me río, eyaculo, tengo un orgasmo, deliro o canto canciones profanas de subido tono, me alejo de Dios. Me olvido de Dios porque estoy completamente absorto en otra cosa, otra cosa que me da placer aquí y ahora.  O me olvido del expediente, de la pieza que tengo que tornear mañana o de la forma adecuada de convencer a ese cliente reacio o de leer a Marx o de cualquier otra cosa seria que tuviera que hacer.
El placer NO NOS PERMITE PENSAR  EN OTRA COSA,  el placer es monotarea  (Probá masturbarte mientras pensás en el expediente de García y me contás). En tanto la diversión, es una correa corta que no nos permite alejarnos más que el mínimo suficiente de lo cotidiano. Para eso se inventaron las tandas, me supongo. En la tanda te hacen acordar de todo lo que no podés comprarte a menos que trabajes como un animal y te empeñes hasta los genitales con el banco.  El placer no tiene tandas. Dura desde que empieza hasta que termina. El placer es individual, no social. Y los conservadores lo saben.

Desde la niñez nos vienen enseñando que el placer es mala cosa. No nos explican directamente porqué.  Simplemente, te crean en la mente las asociaciones de ideas necesarias para hacer que el placer esté siempre vinculado a la culpa.  La escuela, la iglesia, el técnico del baby fútbol, la profesora de órgano,  el programa infantil de TV, Dora la Exploradora y el Dinosaurio Barnie que vive en nuestra mente, todos envían el mensaje contra el placer y la individualidad.

¡No te toques ahí! Impone mamá.

Vincular el placer a la culpa es una excelente herramienta de dominación.  Por eso los 10 Mandamientos contienen tantas ordenanzas de carácter íntimo.

Cuando te dicen “No fornicarás”, “No cometerás actos impuros” (en referencia a actos íntimos vinculados al placer, sea un orgasmo obtenido en solitario o en compañía de otro u otra), “No cometerás adulterio”,  “No codiciarás la mujer de tu prójimo”, etc, lo que la religión pretende es no solo controlar tus actos privados sino además, pretende que sientas culpa por hacer cosas que nadie sano puede evitar hacer.  

Esa culpa te acerca a tu sacerdote, rabino, imán, pastor o autoridad religiosa. Él te dará su castigo o su perdón por algo que ibas a hacer de todos modos.  Crea lazos con él, te pone en sus manos y retro alimenta el círculo de control en el que la religión te tiene atrapado.
La religión no acepta el placer profano sin culpa y la moral corriente que nos rodea, aún está estrechamente vinculada a ella.
La moral corriente no ha revisado muchas de las cosas que hoy se aceptan y que derivan en forma directa de la moral religiosa. Las restricciones a la pornografía para los adultos son una demostración de esta afirmación.

Y por eso trata de prohibir aquello que te produce placer,  porque al prohibirlo, genera la culpa necesaria para que sigas siendo esclavo. Fumándote un porro no necesitás consumir electrónica.  En el ascendiente camino de la pasión, no pensás en cambiar el auto.  Sos libre incluso del banco.

Todos los argumentos que defienden la prohibición de las drogas se desvanecen a la luz de la razón.

¿Qué la droga es dañina para la salud? Si, es cierto, pero mi salud es MI PROBLEMA.  El estado no tiene porqué velar por mi salud si a mi no se me antoja porque enfermarme es la consecuencia de mi libertad de hacerlo. El estado debe informarme debidamente de los riesgos y evitar que me exponga a peligros involuntariamente. Pero no es mi nodriza ni mi niñera.
Un auto también es dañino para mi salud si choco y para la salud de terceros incluso, si en el choque están implicados otros actores que nada tenían que ver con mi imprudencia.
Pero el auto no es un instrumento para el placer, su principal objeto no es darlo sino llevarnos a alguna parte.  Sólo los instrumentos de placer puro y duro deben ser penalizados.

Si como individuos autorizamos al estado a que penalice conductas propias  que potencialmente dañan nuestra salud (que repito, es un tema del individuo y éste tiene la libertad de manejarlo como se le cante), entonces nada impedirá que el estado mañana decida también elegirte la dieta, qué comer y que no y en qué cantidades. Si mañana te prohíben comer grasas animales, o frituras, o comidas rápidas, estarían cuidando tu salud en la misma medida en la que la cuidan prohibiéndote drogarte, o tal vez en una media aún mayor, pero seguramente sentirías que están arrancándote la libertad de comer lo que se te antoje.
Y cuidado que no son pocos los que tienen ganas de intentarlo. Comer es un placer también y por eso está incluido en los siete pecados capitales.  

Con la droga sucedió lo mismo sólo que mucho antes, aunque una vez más el hecho de que la droga sea un instrumento de placer sin prácticamente ningún otro objetivo, la hace más vulnerable al control de la moralina.

¿Qué la droga genera adicción? Sí, es cierto, hay un montón de substancias que generan adicción y que no son consideradas drogas porque tienen un objetivo diferente al mero placer, o porque no son visiblemente psicoactivas, o porque no generan placer de carácter íntimo sino que son un vehículo de diversión. El cacao genera adicción, el tabaco genera adicción, la cafeína genera adicción, el alcohol genera adicción, las grasas trans generan adicción. La adicción puede ser generada por cualquier sustancia que produzca estímulos en los centros nerviosos vinculados.. ¡Qué casualidad! al placer.  Hay adictos al juego, adictos a la adrenalina que arriesgan su vida por dos segundos de emoción o se exponen a una larga agonía tratando de escalar montañas o descender a simas oceánicas, que exploran cuevas en lo profundo del mar, saltan en paracaídas desde una montaña, escalan rascacielos o cruzan entre dos de ellos a través de una cuerda, sin una red debajo que los proteja.

Si se tratara de cuidarnos la salud o protegernos de la adicción, todas las anteriores actividades, conductas y sustancias estarían prohibidas.

El boxeo, el full contact, el boxeo tailandés, el toreo, las carreras de autos, el ciclismo, el alpinismo, el buceo, el aladelta, el paracaidismo, el toreo, la jineteada, el rodeo, el motrocross, el trapecismo  y el parapente son algunos elementos de una larga lista de actividades deportivas que pueden conducirnos a la discapacidad y a la muerte. Y sin embargo los estados suelen no meterse con ninguna de ellas. ¿Algún estado prohíbe el boxeo profesional?  Y sin embargo este deporte deja secuelas físicas y neurológicas en casi todos sus practicantes.  Incluso con mayor certeza estadística que el consumo de buena parte de las drogas prohibidas. ¿Qué hace que estos deportes no sean prohibidos por los estados cuando potencialmente son incapacitantes o mortales y esa misma actitud prescindente no se aplique al consumo de sustancias?

La respuesta parece idiota: la moral corriente acepta que el deporte es bueno.  Su objetivo principal no parece ser el placer sino la conservación de un organismo saludable aunque en cada piña que te meten en la jeta, se te desacomoden unos cuantos millones de neuronas, aparte de una o dos retinas, algún hueso y de vez en cuando, un diente.

Y ahí está el segundo secreto. Tu mente, tu estado de ánimo, tus sensaciones y tu felicidad o desgracia, son un ámbito donde el poder quiere tener control.  Porque el placer en definitiva es un problema netamente mental.

No les importa demasiado si es adictivo o dañino lo que consumas, eso es secundario. Lo importante es que no puedas ser feliz en forma descontrolada.  Los tipos de felicidad aceptables son aquellos que no tienen carácter íntimo. La felicidad aceptable es la felicidad pública. La de “contá el chiste en voz alta para que nos riamos todos”.  Ser feliz en el ámbito de tu propia mente y de tu más estricta intimidad es socialmente condenado por la asociación generada entre placer y culpa.  ¿Hablar solo? ¿Reír solo (aunque te estés riendo de lo que estás leyendo, por ejemplo) generan en los demás, una sensación de ajenidad que resulta en condena. ¿Nunca te pasó reírte de un libro y que alguien te diga “te reís solo como los locos”?

Ese estereotipo se basa en la premisa de que el placer si no es sociable, es insano. Insano significa  loco pero también etimológicamente es “poco saludable” ¿Ves?
Los hospitales psiquiátricos están llenos de gente que se ríe sola, que habla sola, que goza sola, cuyos neurotrasmisores disfuncionales los ponen en sintonía consigo mismos y disociados del mundo exterior.

No quiero abrir un juicio clínico sobre ello porque no estoy capacitado, pero señalo como anécdotas al margen, dos cosas: hace ochenta o cien años, había en esos mismos centros, personas internadas por razones que hoy nos parecen irracionales, como masturbarse demasiado (¿a criterio de quien?). Y que muchas de esas personas en sintonía consigo mismos, que hoy puede que estén hospitalizados, no hace tantos siglos atrás fueron reos de procesos inquisitoriales o religiosos y muchos de ellos acabaron encarcelados, mutilados o asesinados.  El goce interior fue perseguido desde la edad media y sólo era aceptable, y no siempre, si tenía características místicas o si podía expresarse en objetos de cierto valor tanto estético como comercial, como por ejemplo, en una pintura genial o una escultura majestuosa.  La persecución sistemática de la felicidad íntima fue legal en buena parte de occidente hasta mediados del siglo XX y aún hoy, existen legislaciones que la persiguen en prácticamente todos los continentes.

Un tipo con cara de feliz caminando por la calle o abstraído en el ómnibus se expone a que alguno codeé a otro y le diga “mirá la cara de idiota que tiene aquel”.
La sociedad fue educada para desconfiar del placer en solitario. Y la droga brinda esencialmente placer en solitario.  Como la masturbación.  Por eso la pornografía es otra actividad perseguida y condenable. Por supuesto, sin pruebas ni evidencias que justifiquen esa persecución.

Las drogas pueden ser peligrosas y su consumo debería ser un consumo informado.  Conducir un automóvil seguro es peligroso también y por eso se requiere de formación e información previa para ser habilitado para ello.  Sin embargo a nadie se le ocurre prohibir el automóvil.

Fumar es adictivo y dañino, pero no produce un efecto psicoactivo visible y su abstinencia puede tener consecuencias más complicadas que la tolerancia. Por eso se tolera.
El alcohol es adictivo, dañino y peligroso para terceros, también psicoactivo. Pero es tolerado por su carácter colectivo. Un grupo de personas algo ebrias constituyen a los  ojos de terceros, un colectivo que expresa expansivamente sus sentimientos de alegría o desdicha.  Por eso se consiente en tanto que lo condenable es beber solo.  De hecho, el beber solo es uno de los indicadores que se toman para evaluar si la relación de una persona con el alcohol ha pasado a ser de carácter adictivo. El alcohol es considerado y todos hemos escuchado o leído referencias en este sentido, una “droga social”. Es la palabra “social” la clave de la tolerancia. Lo social es conceptualmente contrario a “solitario”.

Resumiendo que es gerundio

Las drogas ilegales lo son en base a un criterio social y moral, no a un criterio médico. Si fuera por un criterio médico, se prohibiría toda sustancia peligrosa o dañina.

Nuestra sociedad está educada para ver el placer como algo nocivo y poco deseable.
Cuanto más relacionado a la mente esté el placer, mas nocivo será considerado.
Cuanto más solitario e individualista sea el placer, más perseguido será.
Las sustancias prohibidas en general reúnen esas tres características: operar sobre la mente, ser placenteras y ser individualistas.

Aunque las drogas sean adictivas, peligrosas o poco saludables,  cada adulto es dueño absoluto de su cuerpo y de su mente y que el estado, un colectivo u otro individuo quiera sin consentimiento incidir en lo que cada un pueda hacer con su propio cuerpo, es inadmisible para las libertades individuales y debería provocarnos una reacción furiosa.
No la provoca porque nos han anestesiado con propaganda y culpa.
Nos han convencido de que en algunos aspectos, seguiremos siendo niños para siempre y alguien se tiene que ocupar de que no nos hagamos nana.

El sexo, tras algún traspié ocurrido tras la aparición del SIDA, ha logrado liberarse más o menos de la condena social, (más o menos, porque aún hay fuertes características sociales de condena a diferentes formas de actividad sexual) y ese proceso de liberación que comenzaría cuando la mujer fue necesaria como mano de obra sustituta ante la carencia de hombres durante la guerra,  lleva ya setenta años de proceso continuo.  Aún así actividades inocuas como la pornografía, siguen siendo objeto de persecución prácticamente en el mundo entero.  Otro tanto ocurre con la prostitución, la homosexualidad y las diferentes “filias” que a pesar de practicarse ya sea en solitario, o de común acuerdo entre adultos, siguen siendo objeto de condena social y en algunos lugares, legal.


Es de esperar que en  cincuenta años más la persecución al sexo o a cualquier otra actividad consentida entre adultos o en solitario que no provoque daños a terceros, sea aceptable socialmente y objeto sólo del análisis de quien o quienes en ella incurran, sin que ningún estado u organización tenga derecho a interferir. 

Germán Queirolo.


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